Por ti, por mí y porque se nos acaba lo poco de vida que dejó la pandemia.

Este 26 nos veremos nuevamente en las calles.

Saldremos a las calles porque hemos perdido la esperanza de conseguir un empleo con salario digno y seguridad social; nos negamos a resignarnos a vivir con ingresos de $300 o menos por cada vez más horas de trabajo.

Marchamos porque nos duelen esos 33 jóvenes de menos de 23 años, esos 19 padres de familia y esos 23 choferes que fueron despedazados en las matanzas carcelarias y que estaban ahí por delitos menores, por crímenes de pobreza y por intentar sostener su vida en una época de hambre. Todo a vista y paciencia del sistema de “justicia”.

Protestamos en las calles porque ya no podemos con tanta indignación; porque destruye el alma ver cada vez más infancias trabajando en los semáforos, porque duele la vida escuchar a jornaleros de plantaciones soñar con un trabajo digno, de buen trato o al menos sin explotación.

Llamamos a la acción porque somos cada vez más las afectadas, pero también son más las impávidas que se tragaron el cuento del sistema capitalista y colonial; porque son muchas las que promulgan la privatización, el libre mercado y el arribismo que les exige escalar pisando a las otras.

Nos movilizamos, cuidándonos las unas de las otras, superando el miedo que genera la sola idea de caer en manos de policías y militares sedientos de poder y ser una más de las judicializadas, mutiladas o asesinadas por añorar mejores días.

Estaremos en las calles porque si las políticas neoliberales de todas formas nos van a matar; por lo menos que sea luchando.

Acude a la marcha o plantón más cercano, si no puedes asistir difunde en redes las acciones y convocatorias.

Desde todos los espacios, desde todas las trincheras
A preparar la Ofensiva Popular
Acción Antifascista Ecuador

Crisis carcelaria

Lo vivido durante los últimos días en la Penitenciaría del Litoral, no puede ser pasado por alto o como algo normal. No es normal que más de 100 personas pierdan la vida mientras están en custodia directa del Estado y no tienen ningún recurso para defenderse. De hecho, las cifras no se han aclarado por el gobierno central, que solo confirmó 118, mientras que otras fuentes han contado 300.

Esta laguna en las cifras habla del absoluto desinterés por parte del Estado en la situación carcelaria, y del enorme nivel de violencia y descontrol que rige la misma. Si la cifra de 118 es la correcta, esta es la quinta masacre carcelaria más sangrienta de la historia. Si la cifra de 300 es la correcta, es la segunda masacre más sangrienta. Para colmo, el día 03 de octubre, la SNAI – ente regulador de los procesos privativos de libertad-, cortó el suministro de alimento a los centros que conforman el Complejo Carcelario del Guayas. ¿Qué nos dice la situación de la sociedad ? ¿Qué nos dice del Estado?

La cárcel castiga la pobreza, no el delito.

De entrada sabemos que la cárcel no reforma y no tiene intenciones de rehabilitar a personas que han incurrido en algún delito por error o necesidad. Por eso, vemos cárceles a reventar con personas que han cometido delitos menores, mientras que en la calle caminan libres los verdaderos criminales. Los delincuentes de cuello blanco: políticos, grandes empresarios, policías, extractivistas, etc. Ellos roban los recursos, la libertad y la dignidad del pueblo para enriquecer sus avaros bolsillos.

Mientras tanto la opinión pública, siempre conducida por los medios hegemónicos, decreta que los presos son lo peor, la lacra de la sociedad. Se entiende a las Personas Privadas de la Libertad (PPL), como aquel temible mal que hay que encerrar – y por qué no, eliminar definitivamente-, para poder estar a salvo en casa.

Los que sí son verdaderamente despreciables son aquellos que se benefician de las desigualdades económicas y sociales. Y hablan desde su grotesco lugar de juez moral para escupir ignorancia y falta de empatía mientras justifican la matanza hablando de «limpieza». Lo hacen porque quieren desviar su  responsabilidad en el mantenimiento de esta sociedad enferma. La responsabilidad que tienen cuando fomentan la precarización y la explotación laborales, en lugar del trabajo digno. También cuando voltean la mirada frente a la violencia intrafamiliar, o cuando fingen que el anciano que duerme en la calle no existe. Todo aquel que desde el egoísmo siga reproduciendo la injusticia y la desigualdad, tiene su parte de responsabilidad en lo que hoy se vive en las cárceles.

Para el antifascismo militante, las masacres suscitadas en las cárceles del país son un buen ejemplo para comprender cómo se estructura una sociedad fascistizada. Las cárceles son la recreación de un modelo social fallido, ideal para marginar a quienes son tratados como desechos, a pesar de ser las víctimas directas de la irregularidad y la injusticia del Capital. A esta marginación se le agrega la precarización respaldada y promovida por el aparato represor. Este aparato asesino, armado, comprado, sobornado, manipulado y dispuesto a cualquier atrocidad, con la estrategia y finalidad de castigar a quienes de por sí ya son olvidados.

Por eso, la crueldad sin precedentes que parece salida de una película gore, no es una psicopatía individual. Es el resultado de una vida de violencia y sufrimiento normalizados, de una subjetividad abandonada y desechable. Una vida a la que la sociedad le negó cínicamente la educación, el empleo, la salud, la vida digna. Habiendo vivido esto, ya no se tiene nada que ganar, ni que perder, lo cual no puede más que dar rienda suelta a los peores instintos. Por otro lado, es necesario subrayar que tal masacre no pudo darse sin la complicidad del Estado y su aparato represivo. No solamente respecto al hecho mismo de las alianzas con la policía y los guías penitenciarios, sino de los profundos vínculos entre el narcotráfico, el Estado y el Capital.

Si la cárcel es un buen termómetro para saber cómo está la sociedad,  la nuestra está podrida hasta los cimientos. Está marcada por ideas y acciones fascistoides propias del capital y el neoliberalismo. Una sociedad conducida por el narcotráfico, ya en plena en transición al narco-Estado como los de México o Colombia. Regida por la falta de oportunidades y en un sendero hacia la precarización laboral absoluta. Gobernada desde la apatía del Estado, cómplice en la destrucción del tejido social.

Por lo tanto, quienes nos definimos como Antifascistas alzamos nuestra voz para afirmar que todas las PPL son presos políticos. Presos políticos del Capital, del Estado y del Narco. Nos solidarizamos con las familias, amistades y comunidades que han perdido un ser querido en la crisis carcelaria. Reiteramos nuestro compromiso en la lucha contra las diversas expresiones del fascismo, entre las que está el sistema penitenciario.

¡Abajo los muros de todas las prisiones!

 

¡Hasta que no sea necesario delinquir para vivir!

 

¡Aquí están las Antifascistas!